(No me caen bien los críticos, y reconozco que nunca me caerán bien; aunque hace como siete años me topé con esto en alguna de las calles rosarinas. A continuación se despliega este "insignificante" elogio)
"Carlos Fernando Herrera se pregunta si lo que
hace es arte, siempre lo hace, y a pesar de todo sigue haciéndolo. Al menos
sabe que el arte es inútil y lo que él hace también. Autodefinido como
somnoliento y divertido, su mundo es el de la vida ordinaria, el de las
personas comunes y el de los objetos vulgares, que no se cansa de analizar. Con
ellos comparte horas hasta que en un momento decide intervenirlos con un gesto
idiota.
Su acción es elemental, hay algo que lo
sorprende o lo seduce y actúa sin ningún tipo de razón. El disparador puede ser
una cosa o un hecho mínimo, la combinación absurda de dos elementos –y no
justamente sobre una mesa de disección-, una escena, un error, algo excepcional
o lo mismo que se repite siempre. Y se ríe, horas, cuando tiene una ocurrencia,
y sin embargo el humor siempre tiene un transfondo negro, aunque él vuelve a
reír con otra ocurrencia. Y no para.
Recorre la ciudad mirando detenidamente, sabe
de los personajes más curiosos, de los objetos más extraños, aquellos que sin
embargo, por algún motivo, suelen pasar inadvertidos, tal vez porque no están
legitimados dentro del rubro “merecimiento de atención” o rozan el mal gusto
que los torna inconcebibles en el registro de “deseables”.
Frecuenta a fabricantes de disfraces
artesanales, gitanos, ex combatientes…Conoce sus nombres, sus historias,
detalles ínfimos, que carecen de importancia para la Humanidad.
No sé por qué me interesa que me cuente todo
eso y hasta promuevo que lo haga; insisto: no tienen ninguna importancia.
Porque para qué sirve conocer la colección de juguetes antiguos de Chola o ser
asiduo concurrente del “Bar el paso del tiempo” para experimentar los
encuentros de poesía, música y arte llamados “maldita ginebra”.
Desde algún lugar se lo podría clasificar
simplemente como un obsesivo coleccionista de objetos e historias, la mayoría
mínimas, insignificantes. Reúne fotos de gente que no conoce –que compra en
negocios de ocasión-, animales embalsamados, cerámicas de dos pesos y negocia con
los tobas la producción de artesanías con forma de animales que le interesan (y
que la mayor parte de las veces no suele lograr que hagan). Por un impulso, a
veces dibuja sobre las imágenes, les pone luces o las borra para terminar con
los recuerdos, tapa con arcilla parte de los objetos o edita relatos de talk
shows de la televisión. Idea cosas, permanentemente, pero no construye a la
“manera” artística.
Esa es la obra.
Y disfruta mucho.
Y sigue.
No puede detenerse. Continúa estableciendo
diálogos inservibles entre cosas de baja categoría, relacionando historias
personales con los objetos, haciendo memoria y olvidando. Nadie puede prever
cómo continuará pero se sabe que es inevitable, que nuevos disparadores lo
llevarán a hacer más cosas inservibles: proyectos para su colección privada que
apilará en alguna repisa o para la Tate Modern.
El mismo se ve como viviendo en una película de
clase B, y confronta su producción con los espectadores, pero es inútil,
siempre es inútil lo que hace. No hay juego aunque se divierta, no hay
“mensaje” político aunque muestre algún drama. Para colmo, insiste en sonreír.
Acaso, con el placer del fracaso. Y se mueve con la liviandad del perdedor.
Pero debo reconocer que el gesto idiota es
impugnador de muchos gestos inteligentes, comprometidos, sabios. Su obra se
construye sobre la falta de pretensión y desde allí corroe la aparatosidad de
otros discursos.
Sin embargo, hay algo fascinante en esta
combinación de derrota, de posibilidad de seguir sonriendo y de tranquilidad de
hacer algo que no modificará nada. En ese lugar, la obra de Herrera se vuelve
bella, atractiva, curiosa, interesante y ratifica su inutilidad. Genera
incertidumbre y preguntas, que por supuesto él está imposibilitado de
responder, aunque conozca todas las pistas. Y se vuelve arte, siempre y cuando
el arte sea todo eso."
Fernando Fariña, 2005
Amigo, Crítico de Arte y Director del Museo de
Arte Contemporáneo de Rosario (MACRO)