LA CIUDAD Y SUS
CONTRA-ESPACIOS
El hecho de la muerte es, paradójicamente, de
vital importancia en todas las sociedades, durante todos los tiempos, desde que
el ser humano tiene conciencia de sí mismo. Hoy existen tantos espacios y
rituales fúnebres como culturas hay en el mundo. “La muerte introduce entre el
hombre y el animal una ruptura más sorprendente aún que el utensilio, el
cerebro o el lenguaje” (Edgar Morin: El
hombre y la muerte). El ser humano es el único animal que lamenta la
partida de sus iguales. Canta, llora, reza…cuenta, entierra, quema, escribe…escenifica,
disfraza, refleja…Construye significativas obras arquitectónicas y artísticas o
de alguna manera se despide de sus muertos en simbólicos espacios destinados a
los mismos. Es lo que llamamos re-creación, re-presentación, re-significación:
volver a crear, a presentar, a significar lo que en algún momento fue de tal
manera a hacerlo presente, a repetirlo hasta hacerlo eterno. “La muerte reúne,
reencuentra, reafirma lazos, convoca de forma comunitaria…” (Ramiro Delgado: Muerte, comida y ritual); es decir, va más allá del individuo,
reconfigura al grupo al cual pertenecía; hace que la comunidad se mire a sí
misma y se auto re-estructure. De ahí la importancia de estas celebraciones como el 2 de Noviembre o Día de los
Difuntos, con un matiz altamente religioso-comunitario, lejos de la morbosidad a
la que quieren que nos acostumbremos.
Bajo esta manera de mirar, el ser humano ha diseñado ejemplares espacios
de socialización. Diría Michel Foucault:
esos espacios absolutamente otros, esos contra-espacios, esos espacios
totalmente opuestos a los demás -como los cementerios, los asilos de ancianos, las
clínicas psiquiátricas o las prisiones-. El ser humano ha construido magníficas
obras mortuorias, originales en su estricto sentido. Es decir, se ha empeñado,
en su afán de inmortalidad, de perpetuación, en la construcción de espacios
conmemorativos y en rituales que hacen de éstos unas re-presentaciones tan
originales y decisivas en todas las culturas, logrando una cohesión social, en
algunos casos; re-creando una división o una ruptura, tal si fuesen las mismas Ciudades
de los Vivos, en otros casos.
Desde que el ser humano existe, la muerte de nuestros
seres próximos ha sido reemplazada por algún símbolo, alguna pieza musical,
algún lamento cantado o alguna obra arquitectónica que contrarreste la partida
de aquellos. Lamentablemente, la desidia de parte de los actores involucrados
va ganando terreno. La desidia disfrazada de olvido, de desinterés, de
burocracia y de conveniencias monetarias va corroyendo desde el gobierno
municipal hasta los deudores de los difuntos, desde las distintas
organizaciones sociales hasta las reglamentaciones civiles, desde la estructura
académica y la profesional hasta la actitud comunitaria ante estas cuestiones
de la postrimería. De alguna manera estamos matando
a la muerte, bien negándola o dándole la espalda o bien llevándola al
anonimato más cruel e inhumano hasta el punto de comercializar con esta desgracia. Para algunos, negocio
redondo.
En nuestras ciudades tanto el duelo como el luto y
otras manifestaciones de congoja necesarias en estos momentos van
desapareciendo de la vida pública, se llora a solas y a escondidas, es pérdida
de tiempo dedicarle unos momentos a estas cosas. Está mal visto. Y, por
supuesto, su consiguiente trauma. Solo nos quedamos con el morbo -homicidios, accidentes, sangre y la prensa cumpliendo su rol, con precisión de carnicero-,
digamos la única parte publicitada de estas cuestiones. Lo demás -todas las
expresiones del alma, toda la riqueza comunitaria que hay detrás, todas las proezas
del ingenio y de la imaginación, particulares y populares- no vende, no
importa.
A esos contra-espacios
o heterotopías vinculados a esos contra-tiempos o heterocronías
tan importantes para volcar las miradas a nosotros mismos, a esos espacios de
socialización en los que nos reflejamos, en los que vemos a los demás y a
nosotros mismos -“la internalidad de uno y
la externalidad de lo otro”, diría
Solano Benítez-, deberíamos re-pensarlos, re-adaptarlos a los nuevos cambios o
sufrir sus consecuencias -que es lo que está ocurriendo con nuestras ciudades,
caídas en el olvido-. Es nuestra obligación intentar representar nuevas formas
de lo aparentemente irrepresentable.